Mi posición con respecto a la eterna cuestión de si existe el libre albedrío o no ha fluctuado a lo largo de mi vida. Abracé la existencia del libre albedrío que convierte el ser humano en un individuo capaz de dirigir su vida a cada instante, pero también llegué a la conclusión de que todo está escrito y de que en realidad somos meros títeres en manos de alguna fuerza que lo maneja todo.
Son dos extremos que, sin embargo, nunca me han convencido; tener plena libertad de acción en el fondo me estresaba porque me hacía totalmente responsable de mis ridiculeces, pero sentirme una marioneta igualmente me estresaba porque entonces caía en un laxismo fatalista que me paralizaba mentalmente.
Pasé años y años oscilando de un extremo a otro hasta que, hace tiempo y gracias al tarot, logré una síntesis entre los dos conceptos aparentemente inconciliables.
Cuando me dediqué a tirar el tarot de Marsella, la gente quería saber que le pasaría en el amor o en el trabajo, por ejemplo. Mis aciertos no solo asombraban mi clientela, sino que también me asombraban a mí. Si podía prever que en 9 meses una de mis incondicionales encontraría una pareja estable, si veía que otro consultante encontraría trabajo en el campo de las telecomunicaciones sin tener vinculación con ello y constataba además que todo esto ocurría puntualmente, entonces ¿dónde quedaba el libre albedrío? La evidencia de las numerosísimas tiradas de tarot que anunciaban hechos que terminaban ocurriendo, aunque a veces con errores en el tiempo, me decía que el libre albedrío, visto como la posibilidad absoluta de determinar el propio destino, no existe.
El libre albedrío no existe, sin embargo la misma observación de las cosas que me llevó a esta conclusión, también me enseñó que todos los hechos que adivinaba eran situaciones que de una u otra manera representaban algo de especial importancia para el consultante. Todas las situaciones que podía prever con claridad llevaban consigo grandes cambios que modificaban el rumbo de la vida del consultante. En cambio, cuando no eran hechos significativos, las respuestas eran más vagas, como si las cartas y mi visión no se quisieran mojar en una respuesta definitiva. Incluso a veces no acertaba el responso. En estas ocasiones la evidencia de que el libre albedrío no existe fallaba.
¿Qué ocurre entonces? ¿Existe o no el libre albedrío?
La claridad vino, como suele ocurrir en estos casos, cuando dejé de pensar en ello. Estaba dando clases de tarot y una alumna me hizo la pregunta del millón. Yo mismo me sorprendí cuando escuché mis propias palabras. Le dije textualmente que el libre albedrío existe, pero no existe.
Con el tiempo esta consideración ha desembocado en la teoría de los enlaces existenciales de la cual hablo en mi libro La senda del ermitaño. Tirando las cartas adivinaba los hechos significativos, pero se me escapaban los hechos intrascendentes. Tenía la respuesta a la eterna pregunta delante de mis narices, aunque no la viera a la primera.
El libre albedrío existe, pero no existe. Existe en los hechos intrascendentes, pero no existe en los enlaces existenciales. Un enlace existencial es un hecho crucial en nuestras vidas que nuestra propia conciencia ha establecido de antemano que ocurra. Tirando las cartas adivinaba los enlaces, pero los demás acontecimientos quedaban desdibujados. Esta constatación me llevó a la clara conclusión que el libre albedrío no existe en los enlaces existenciales, pero existe en los hechos cotidianos y sin trascendencia.
Para simplificar esta idea, en La senda del ermitaño, utilizo el ejemplo del viaje. Tenemos que viajar de Barcelona a Madrid, pasando por Zaragoza. Esta ruta está establecida de antemano de manera que las tres ciudades representan los enlaces existenciales, concretamente el punto de salida, el punto de llegada y un punto intermedio. Estos tres puntos clave no son negociables y aquí el libre albedrío no existe. De una forma u otra terminaremos pasando por ellos, sin embargo podemos decidir viajar en coche o en tren, salir de día o de noche, hacer más o menos paradas intermedias, ir solos o acompañados. En estas acciones por lo tanto puede haber cierto libre albedrío, siempre y cuando no escondan un ulterior enlace existencial. Si por ejemplo en el tren hacia Zaragoza nuestra conciencia ha previsto que encontremos a alguien que nos proporciona una valiosa información, probablemente el coche se nos estropeará forzando nuestra decisión de viajar en tren. ¿Es una acción libre? Aparentemente sí, pero sustancialmente no.
¿Existe el libre albedrío? Sí, pero no, o no, pero sí, según como más nos guste.
Hace un tiempo vi la película Destino Oculto; no es una obra maestra, pero tiene unos puntos interesantes que pueden hacer reflexionar si la vemos con la mirada oportuna. Uno de estos momentos es un diálogo entre el protagonista, david Norris, y un personaje que se llama Thompson. Me hizo gracia porque a su manera habla de los enlaces existenciales. Aquí lo dejo:
THOMPSON: ¿Es frustrante, verdad? Me llamo Thompson
DAVID: ¿Qué se ha hecho del libre albedrío?
THOMPSON: Ya probamos con el libre albedrio. Os llevamos desde la caza y la recolección a la cúspide del imperio romano. Nos apartamos para ver cómo avanzabais.
Se impusieron las tinieblas durante 5 siglos, al fin decidimos que debíamos volver a intervenir.
El director general pensó que tal vez tendríamos que enseñaros mucho mejor a ir en bicicleta antes de quitaros las ruedas de apoyo, así llegaron el renacimiento, la ilustración y la revolución científica. Estuvimos 600 años enseñándoos a controlar vuestros impulsos con la razón y en 1910 volvimos a dejaros solos.
En 50 años causasteis la primera guerra mundial, la depresión, el fascismo, el holocausto y para colmo llevasteis el planeta al borde de la destrucción en la crisis de los misiles de Cuba.
En aquel momento se decidió de nuevo volver a intervenir antes de que hicierais algo que ni nosotros pudiéramos arreglar.
David, no tenéis libre albedrío. Tenéis la apariencia del libre albedrío.
DAVID: ¿Esperas que me creas eso? Tomo decisiones a diario.
THOMPSON: Puedes decidir qué pasta de dientes compras o qué bebida pides en el almuerzo, pero la humanidad no es lo bastante madura para controlar las cosas importantes.
DAVID: Y por eso las controláis vosotros. Pues la última vez que me fije, el mundo estaba muy jodido.
THOMPSON: Sigue estando allí. De haberlo dejado en vuestras manos ya no existiría.
No tenéis libre albedrío, tenéis la apariencia del libre albedrío.