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2 may 2012

Las profesiones sanitarias, la arrogancia y la mala educación


La arrogancia y la mala educación son pan cotidiano en las relaciones humanas, así que generalmente no me sorprendo cuando soy testigo de ellas.
Sin embargo hay situaciones en las cuales considero extremadamente necesario que los arrogantes, los engreídos y los maleducados controlen sus bajas reacciones emocionales.
Por primera vez he observado de cerca el proceso de hospitalización, un ingreso en un hospital alopático, y por primera vez he podido analizar desde dentro el comportamiento de médicos, enfermeros y demás personal sanitario.

Llamarme idealista, pero siendo profesiones que lidian con el malestar de las personas esperaba encontrarme con personas amables, disponibles, con una clara vocación al servicio hacia el enfermo. En cambio a lo largo de los días he sido testigo de la tremenda arrogancia de los médicos y de la mala educación de ciertos enfermeros.
Los médicos residentes trasudan arrogancia y derrochan dosis letales de ego, autoproclamándose dioses de un credo médico al cual exigen total sumisión.
El tacto que demuestran a la hora de relacionarse con el paciente –ahora entiendo porque se le dice así a un enfermo- es nulo y desde luego la humanidad brilla por su ausencia.
Cuando bajan de sus cielos para hablar con los familiares del hospitalizado exigen la misma sumisión y adoración; su palabra es ley divina y responden con desprecio si uno se atreve a pedirles explicaciones. Ellos no están para explicar nada, solo dictaminan.

En el caso de los enfermeros y demás personal sanitario la cuestión cambia; cuanto más se baja la escala jerárquica, más amabilidad se encuentra.
Entre los enfermeros hay muchos que exhiben una severa mala ostia, sobre todo los hombres grandes y las mujeres jóvenes; atienden mal, contestan mal, se molestan cuando se les llama. Preguntarles algo significa obtener respuestas sibilinas, vagas o un genérico nosé que esconde una voluntad de no implicarse en nada.
Los enfermeros además tienen la clara función de hacer de filtro e impedir que los fieles de la religión médica molesten innecesariamente a los dioses o se pongan en contacto con ellos, exceptuando el momento en que aparecen desde los cielos para la visita reglamentaria de medio minuto.
Según el nivel de compenetración con el rol que les exigen son más o menos rígidos en su comportamiento, pero todos se ponen en alerta en cuanto se les pregunta por el médico y todos enseguida actúan instintivamente para mantenerlo intacto en el pedestal, alejado de los pacientes.

Soy ciertamente un idealista, así que a médicos como el traumatólogo jefe de aquel hospital universitario en las afueras de la ciudad condal, a sus discípulos y a ciertos enfermeros de la planta 10 les recuerdo que su profesión necesita una dosis extra de vocación al servicio de las personas, los pacientes que paciencia han de tener para vender.
El mundo no necesita arrogancia y mala educación, pero ciertas profesiones en cambio las requieren; si los médicos dioses necesitan alabanzas y sumisión para sus egos y los enfermeros amargados no saben atender a los enfermos, pues que se dediquen a otra cosa que hay mucha gente dispuesta a trabajar de corazón, incluso dentro del despropósito de la medicina oficial.

1 comentario:

  1. Desde muy pequeña he estado vinculada de una u otra forma con el mundo médico. Para no generalizar, la mayoría de los médicos que he conocido son arrogantes, se creen infalibles. Te tratan con un poco más de respeto si como paciente posees un cierto estatus quo. En la actualidad, veo con estupor, verbigracia, como con la tecnología y el uso de las redes sociales, se burlan de sus pacientes o de algún comentario realizado por ellos sobre la base se esa relación médico/enfermo ( mutua confianza o secreto médico). Y ni te ocurra llamarlos a la reflexión, pues en ellos, todo es perfecto; los locos son los pacientes. Sin embargo, debo agregar que he compartido con alguno médicos espléndidos y realmente humanos.

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