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17 feb 2012

Bienvenidos al infierno

El  miedo nos paraliza y nos anula como ciudadanos


Es la foto del drama griego; la funcionaria Harikleia Lambrousi amenazando con suicidarse si cierran su oficina y la despiden. Es también la foto del drama europeo, el día en el que Italia se escandaliza con Adriano Celentano y su diatriba en Sanremo contra la Iglesia. Señalaba con dedo acusador a curas y frailes por incumplir su principal deber: hablar del paraíso. Y es que lo que se impone ahora es hablar del infierno.

Hablemos, pues, del infierno, de la tormenta perfecta, de la gran depresión, del abismo profundo en el que estamos enterrados. El miedo nos paraliza y nos anula como ciudadanos porque los estallidos de ira y dolor como los que vimos este lunes –Atenas en llamas– no consiguen alterar ni un milímetro la correlación de fuerzas. Hasta los políticos sacan las trompetas y se saltan a la torera las viejas costumbres, según las cuales uno se pone dantesco en la oposición y seráfico cuando gobierna. Así, nadie se extraña al oír anunciar a Luis de Guindos que lo peor está por llegar. Acobardados por todos los flancos, los ciudadanos acusan el golpe de la última reforma laboral, hecha a medida de los empresarios y de una Europa cada vez más moldeada al gusto de Angela Merkel.

Los países necesitados de ayuda nos hemos trasmutado en länder o comunidades autónomas bajo el dictado de Berlín. No estoy hablando de la cesión de soberanía hacia Bruselas que llevamos haciendo desde que nos unimos al club; los mecanismos de construcción de la UE siempre han sido tormentosos e imperfectos, pero eran fruto de la negociación y el consenso. Ahora tenemos la impresión de que avanzamos sólo porque suena el chasquido del látigo, y pertenecer al club ya no es una opción ilusionante, sino una obligación impuesta porque fuera lo que hay es... Exactamente eso, el infierno.

A estas alturas, empiezo a sospechar que el proceso de empobrecimiento material en el que estamos inmersos no es la peor consecuencia de esta crisis. Más grave aún parece el deterioro de la confianza social, ese frágil y valioso pacto que permite la convivencia porque todos entendemos que, aunque imperfecto y mejorable, el sistema funciona. Pero ¿cómo reaccionar cuando este sistema no tiene respuestas ni ofrece horizontes? ¿Qué hacer ante la sospecha de que los antisistema tampoco tienen alternativas? En ese caso, nos encogemos de hombros y pensamos en nuestro ombligo. Y esa actitud sí que resulta destructiva para cualquier sociedad: mucho más que una etapa de vacas flacas.

No es fácil encontrar motivos para reinstaurar la confianza colectiva, con la izquierda desnortada, los populismos al ataque, la derecha aferrada a los viejos manuales liberales, los sindicatos desarmados, desbordados los intelectuales, con la Iglesia a lo suyo y el Estado de bienestar (los servicios públicos) en vías de desmantelamiento. El panorama resulta tan desalentador que no es extraño que los profetas del apocalipsis encuentren el campo abonado para sembrar más y más miedo.

'Años lentos'
Algunos buscan refugio a tanto desaliento en el fútbol: yo lo encuentro en libros como el de Fernando Aramburu, premio Tusquets Editores de novela, en la que el donostiarra bucea en sus recuerdos de niño y moja su pluma –como Dickens– en la compasión; un personalísimo relato de un barrio donostiarra a finales de los sesenta, con Franco de fondo, mientras ETA da sus primeros pasos.

Lo que no cuentan
Ha Joon Chang es un economista de origen coreano que ha publicado en Debate 23 cosas que no te cuentan sobre el capitalismo. Con la luz verde del Congreso a la reforma financiera, me voy directa al penúltimo capítulo, el que sostiene que los mercados financieros no tienen que ser más eficaces, sino menos: su velocidad y capacidad de generar beneficios los distancia de la economía real, y de ahí su poder de desestabilización.

Economía sin economistas
Alerta Ha Joon Chang de los riesgos de los economistas formados en la escuela del libre mercado: en las aulas pierden el contacto con la realidad y su creciente influencia es la que nos ha llevado al actual desastre, dice. Y por eso sostiene que una buena política económica puede estar conducida por abogados o ingenieros, como ocurrió con el milagro asiático de Japón, Taiwán o China, donde los economistas brillaron por su ausencia.




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